La Cueva de los cien pilares, en el pueblo riojano de Arnedo, fue declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO
La historia del pueblo fantasma de La Rioja que nació del eco de una piedra
Arnedo, se esconde la Cueva de los cien pilares, un complejo de cavidades excavadas que representa el conjunto de galerías y estancias más intrincado y asombroso de todo el Valle del Cidacos. Este espacio subterráneo, con su entramado de luces y sombras, le confiere un halo de misterio a este monasterio rupestre construido bajo la montaña. Arnedo, localidad de la provincia de La Rioja, además de ser famoso por su industria del calzado y por sus históricas bodegas de la DO Rioja, es conocido por la larga tradición de sus habitantes de vivir como trogloditas durante siglos en sus singulares casas-cueva.
El origen de esta asombrosa cueva se remonta a la Edad Media, cuando la inseguridad reinante en los valles obligó a sus pobladores a buscar refugio en lugares más seguros, ya sea en la montaña o, literalmente, “bajo ella”. Se piensa que esta tradición de excavar refugios en los terrenos areniscos del valle medio del Cidacos se remonta incluso a la época de los romanos, quienes buscaban huir de los pueblos bárbaros. En este contexto de búsqueda de refugio y retiro, es muy probable que el complejo rupestre albergara en sus estancias el Monasterio de San Miguel durante la época altomedieval, entre los siglos V y X, tal y como han relatado algunos expertos en la materia.
Aunque en el cerro no se han encontrado restos de arquitectura medieval (a excepción de la ermita en la cima), las estancias y galerías excavadas son consideradas el posible sitio del mencionado antiguo Monasterio Rupestre de San Miguel. La existencia de un monasterio dedicado a San Miguel en el siglo XI está documentada, ya que un testamento de 1063 registra que Sancho Fortuniones, señor de Arnedo, lo legó al Monasterio de San Prudencio en Monte Laturce. Los historiadores sugieren que este monasterio sirvió de albergue para eremitas, religiosos que buscaban aislarse del mundo. De hecho, se han hallado partidas de defunción tanto de monjes como de monjas, indicando que se trató de un monasterio dual.
La estructura interna de la cueva es singular: las distintas galerías, con su característico tono rojizo arcilloso, se comunican entre sí, e incluso fueron excavadas a doble altura, posiblemente para asegurar que el refugio fuera “inexpugnable para los invasores”. Sus techos están sostenidos por pilares agujereados, dándole un aspecto similar a un tablero de ajedrez, con columbarios labrados en la roca. Estos columbarios se utilizaron probablemente para enterrar los huesos de los religiosos fallecidos. La vida en la roca se convirtió en una seña de identidad en Arnedo, llevando a que a sus habitantes se les llamara “trogloditas”. Una guía turística de la ciudad señaló que, lejos de ser una ofensa, este apodo reconocía la verdad histórica de que los arnedanos habían vivido dentro de cuevas durante muchos siglos.
Esta tradición de vida perduró hasta bien entrado el siglo XX. Se sabe, por datos censales, que en la década de los años veinte del siglo pasado, unas 200 familias residían en casas-cuevas en Arnedo. Aunque la decisión administrativa de desocupar las cuevas se tomó oficialmente hacia finales de los años cincuenta, muchos arnedanos sortearon las restricciones construyendo fachadas comunes delante de las grutas, manteniendo la cueva como su hogar interior y otros usos vinculados a la economía arnedana, basada principalmente en la agricultura antes del auge de la industria del calzado en la década de 1940.
Ventilación natural
Hasta ese momento, sirvieron como establos, colmenares, pajares y bodegas. Los columbarios de la Cueva de los cien pilares se reutilizaron en épocas posteriores como palomares y boticas, usos que ahora se recrean para los visitantes. Las casas-cuevas, hoy recreadas en el Centro de Interpretación, ofrecían una gran ventaja a sus ocupantes: una temperatura constante de unos 15 grados, lo que proporcionaba resguardo tanto del frío invernal como del intenso calor estival. La estructura de estas viviendas era sencilla, generalmente con un pasillo central (caño) que distribuía el acceso a la cocina con ventilación natural, las alcobas, la despensa y la cuadra para los animales. La limpieza y luminosidad se mantenían con labores anuales de encalado.
Este complejo rupestre de La Rioja ha sido adaptado para su visita. Si bien un tramo de titularidad privada fue habilitado en 2014, no fue hasta 2016 que se completaron las labores de adecuación de todo el espacio con el objetivo de mejorar su accesibilidad y seguridad y abrirlo al público para ofrecerlo como recurso turístico. En 2020 se amplió la visita para mostrar los usos históricos de las cavidades. El recorrido actual finaliza en el antiguo depósito de agua del pueblo, construido en 1942, y ofrece a los visitantes la oportunidad de degustar vinos Rioja en un cachimán gestionado por la Bodega Vico.
La Cueva de los cien pilares se erige como uno de los ejemplos más impresionantes del fenómeno rupestre en el Valle del Cidacos, un entorno de gran interés que fue declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 2003. Este complejo, con sus oquedades, puertas y ventanas abiertas en su fachada y el juego de luces que permiten la entrada de claridad al recinto religioso, ofrece una mirada profunda a la historia monacal, defensiva y doméstica de la vida bajo la roca. Un motivo más para visitar esta villa rica en patrimonio, históricas bodegas de vino Rioja y una industria del calzado de calidad que a día de hoy continúa siendo una auténtica seña de identidad arnedana.